Carisma
Las hermanas, fieles al carisma heredado de nuestros Fundadores, nos fijamos como norma suprema de vida el seguimiento de Cristo Redentor, tal como lo presenta el Evangelio, continuando su acción redentora, irradiando el amor misericordioso de Dios, para proclamar la Buena Nueva a los pobres y abandonados (Lc. 4,18). (C#3)
Ser Misionera de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro es un reto, pero sobre todo, es el compromiso de vivir como seguidora de Cristo Redentor. Esta herencia fue recibida por nuestros Fundadores, pero al mismo tiempo, cada Misionera de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro es partícipe de este don de Dios. El número de Constitución antes citado nos dice muy claramente: «…la norma suprema de vida es el seguimiento de Cristo Redentor, tal como lo presenta el Evangelio…». Y, en las Sagradas Escrituras, San Lucas nos dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para predicar el Evangelio a los pobres; me ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos» (Lc 4,18). Ésta es nuestra herencia.
Nuestra primera y principal aspiración como MPS es hacernos plenamente receptivas al espíritu y los sentimientos de Jesucristo. Dejarnos impregnar y moldear por ellos hasta llegar a una identificación vital, lo más perfecta posible, con su persona. Esto exige que el Evangelio y la persona del Señor no se reduzcan para nosotras a una mera ideología, ni siquiera a una simple «teología de la mente». Debemos asegurarnos de que se conviertan en una auténtica «teología del corazón». Una teología hecha vida, que nos lleve a una transformación mística en el mismo Señor Jesús. Aquí también debemos hacer nuestra la expresión de San Pablo: «Reflejamos la gloria del Señor; nos transformamos a su imagen con creciente resplandor. Tal es el poder del Espíritu del Señor» (2 Co 3,18).
Estudiar el misterio de la Redención y repasar la vida redentora y la muerte salvadora de Jesús debería llenarnos de alegría y esperanza. Solo el amor explica la vida y la muerte de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte. Solo el amor puede salvarnos de nuestros pecados. Solo el amor puede abrirnos los ojos a lo que Jesús representa en nuestra vida personal y comunitaria.
La misericordia es propia de Dios, que mira profundamente el corazón y conoce los pensamientos e intenciones de cada ser humano; por eso, la misericordia debe ser una experiencia real en cada Misionera de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, de tal manera que su propia vida, con su historia personal, sea transformada, acogida y transmitida en cada uno de sus gestos, palabras y acciones; ella encuentra a Dios, quien le muestra que sólo el amor da la capacidad de amar y aceptar a los otros.
Proclamar, anunciar, manifestar, predicar… la Buena Noticia ¿a quién?
A los pobres y abandonados, eso es lo que estamos llamadas a hacer nosotras, las Misioneras de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, a tenor del Nro 3 de nuestras Constituciones, citado más arriba.
